CILINDRIZACIÓN Y BARBARIE poemas 2014
- Fabián Leppez
- 6 feb 2014
- 4 Min. de lectura

COMPLACENCIAS
Jueves 18/09/2014 - 03:24
Mi amiga hace reiki, yoga y se hizo leer el karma. Mi amiga posee una familia tipo, un nivel de economía aceptable y rara vez sufre alguna enfermedad. Usa vestidos floreados que realzan su frescura y desayuna yogurt con cereales y jugo de frutas. Mi amiga, que es puro espíritu, me acompaña a asistir a los paisanos que viven hacinados, en casas granuladas, con un riesgo de vida en alerta rojo. Nos sentamos sobre tachos de pintura volteados y unas pocas sillas rotas sin respaldo. Hablamos de lo imposible que es levantarse en este barrio a las seis de la mañana para meditar y lograr que el aroma del sahumerio no se escape por las grietas que hay entre la pared y el techo desclavado. Hablamos de la importancia de pasar una tarde de domingo escuchando cuencos tibetanos en una casa quinta de Castelar y lo imprescindible de estar toda la tarde del domingo insistiendo
para que el de cinco aprenda a leer, para que pueda tener un futuro más próspero, lejos de todo karma, lejos de todo aparato opresor que dice desde el noticiero de las doce que los pobres son un flagelo y que sin ellos no habría delincuencia.
Mi amiga llevó ropa para donarles y dos bolsas con mercadería. Trata de aconsejarlos en su inocencia y la angustia pensar cómo pueden existir problemas sin solución instantánea
y por qué la compasión
no es aliada de la burocracia.
Cuando nos vamos, ella se queda mirando por el retrovisor y siente culpa de haber ido en auto, de que ellos se queden ahí y de servirse para comer de un wok variado, abundante que le sobró del día anterior.
LA POLENTA
Viernes 31/10/14 - 19:32
La polenta burbujea hecha grumos. Salpica una gota y quema mi mano que revuelve. Cebollas y tomates a un costado me humanizan. En un minuto, uno ni alcanza a procesar si tiene hambre y la polenta está servida. Ahora me siento a comer con esos soldados acuartelados que si se negaban a morder, les pegaban un cachetazo y los mandaban a limpiar el baño. Ahora me siento con esos niños que, sin soplar, se queman la boca en el comedor mientras la vecina militante los acomoda en la silla con los pies colgando y les enseña a agarrar el tenedor. Ahora me siento frente a la tele como ese niño que no sabe agarrar el tenedor y se llena la boca atolondrado. Ahora dejo escurrir la polenta en mi boca como ese soldado que en silencio come lo que hay y piensa en el final. Ahora me envuelvo en el pijama a lunares de un cielo confuso y siento en la boca pastosa, el dolor del maíz. El dolor de las cosas sin nombre/ Como esa angustia que cuelga en la
olla grande cada vez que el horario pellizca y nos ponemos a batir el alimento más barato, el que está listo en dos minutos, en los que ni llegamos a procesar cuánta hambre hay en el mundo.
CEMENTERIO DE ANIMALES
Martes 14/10/14 – 18:32
En Laferrere/
en La Matanza/
hay perros muertos al costado de la ruta.
En Moreno/
en San Martin
hay perros muertos haciéndole el repulgue
a las calles.
Y nos invade
ese olor infalsificable.
Esa angustia de saber que la muerte
está tan cerca que hasta la podemos ver
moviendo la cola delante nuestro.
Esperándonos con un hueso en la boca
del otro lado, mientras nos observa cruzar
negligentes
a mitad de cuadra,
haciendo malabares con las luces
del semáforo.
Es la muerte, la que nos tienta a asomar
el pie al borde de la avenida.
Nos corta el aliento con el filo
de una lata herrumbrada.
Es esa frenada bruzca, contundente,
que nos hace levantarnos de la silla
sobresaltados.
Y, al mirar por la ventana, nos invade
todo ese olor.
Ese olor a muerte repentina/
impregnable.
Ese olor a angustia reciclada y jadeos
descoloridos.
Al costado de las rutas del conurbano,
suele acolchonarnos el paisaje de la muerte.
Que no le tiene piedad
ni a los ojos claros ni a la correa del collar
que queda inservible en las manos del amo.
DESCONFÍO
Viernes 24/10/14 – 03:15
Un patrullero pasa sigiloso por
la puerta de casa.
Lo miro
con la misma desconfianza que se mira
a un encapuchado merodeando
por la cuadra/
Con la misma desconfianza que se mira
a un cajero acelerado entregarte el vuelto/
Con la misma desconfianza que se observa
a una novia irse de vacaciones con
las amigas a Villa Gesell/
Con la misma desconfianza con la que
entro a casa de regreso si encuentro
la puerta sin llave/
Con la misma desconfianza con la que
se manda al nene a comprar al almacén,
una lista enorme de cosas/
El patrullero pasa lento, casi rengo.
Sus destellos azules iluminan como relámpagos
y la desconfianza es instantánea
como cuando mirás la ropa colgada sobre
el congestionamiento de nubes grises/
Como cuando mirás a un amigo borracho
agarrar el envase traspirado de cerveza/
Como cuando ves patear el penal a
ese que siempre la tira a las nubes/
Como cuando llamás y no te atienden/
Y volvés a llamar/
Y no te atienden/
Y te invade la desconfianza
como cuando ves pasar a un patrullero despacio/
relampagueante/
por la puerta de tu casa y el barrio está tranquilo.
Tan tranquilo que asusta.
Tan silencioso
como si la basura hubiese amordazado
todas las cloacas
minutos antes de la inundación.